martes, 25 de noviembre de 2014

Luis Rosales: La cicatriz

     A cada hombre le tendríamos que hablar en una lengua distinta,

            a cada amigo le tendríamos que hablar con una voz distinta

            para que nos pudiese comprender,

            pero la lengua personal es tan fiel a sí misma,

            tan incomunicable

            que las palabras son como ataúdes

            y sólo llevan de hombre a hombre

            su andamio agonizante,

            su remanente de silencio

            y su estertor,

            como aquella mañana

            en que al sentarme en el autobús

            vi a mi lado a una antigua moneda romana,

            una medalla

            o una lápida

            que hablaba masticando las palabras:

            era una campesina ya embebida

            por la intemperie de la noche a tientas

            y de la vida a ciegas,

            que me miraba con un poco de luto en las pupilas

            como queriéndome abrigar,

            y yo no supe contestarle,

            y yo callaba junto a ella

            porque mi lengua personal es inventada

            literaria y enfática,

            y como no me sirve para hablar con un obrero o con un niño,

            y como no me puede dar la absolución,

            a veces tengo que ocultarla como se oculta el dinero en la cartera,

            a veces tengo que callar,

            como hice entonces,

            sintiendo de repente

            la incomunicación

            igual que el aletazo de un murciélago

            con su golpe de trapo,

            y su asco parcelado sobre el rostro

            donde el labio que calla va convirtiéndose en cicatriz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario